El amor en los tiempos de Covid-19
- Stefaniya Panova
- Apr 21, 2020
- 5 min read
"Ningún invierno dura para siempre; no hay primavera que salte su turno." - Hal Borland

Es domingo. De nuevo. Realmente no es domingo, pero durante el último mes, todos los días se sienten como domingo. Las calles están vacías, todos están en casa. Y está lloviendo otra vez. Como si no estuviera lo suficientemente deprimida como para encima tener que escuchar las diminutas gotitas parloteando en mi ventana. Siento que vivo el mismo día una y otra vez. Todo lo que me está sucediendo hoy, también sucedió ayer, y anteayer, y lo más probable es que suceda mañana. Estoy empezando a olvidar todo ... el calor del sol, los sonidos de las olas, cómo era abrazar, tener prisa, esperar con impaciencia mi comida en el restaurante, empujar a la gente en el metro, estar en la pista de baile toda la noche, estar libre ... Intento recordar cómo era antes, pero parece que fue hace mucho tiempo. En realidad antes fue solo hace unas semanas.
Cuando comenzó el horror este, yo, como todos los demás, no me tomé las cosas en serio. Para mí, era solo una gripe que iba a desaparecer rápido, y no entendía de qué se trataba toda esta histeria. El momento en que me di cuenta de que las cosas iban en serio fue cuando fui al supermercado y vi que estaba completamente vacío. ¡Todo estaba agotado! ¿Se acercaba el fin del mundo? Al día siguiente fui a otro supermercado y vi la cola: todos estaban parados a un metro de distancia, y eso me dio escalofríos. Después de que se anunció oficialmente la cuarentena, aún tenía que ir a trabajar. El ambiente en la oficina era agobiante. Teníamos miedo. Cuando alguien tenía cumpleaños, los felicitamos con un codo en lugar de un abrazo, y eso me ponía muy triste. Los viajes, los conciertos, las fiestas, las reuniones ... todo fue cancelado. Nuestra existencia normal fue cancelada. El mundo cerró. Una semana después ya podía trabajar desde casa, pero todavía tenía miedo a pesar de que, en teoría, estaba a salvo en casa. Todavía tengo miedo. Probablemente hubiera sido más divertido tener zombis reales, como en las películas ... Matarlos y acabar con todo de una vez.

Creo firmemente que merecemos todo lo que nos está pasando en este momento. Porque somos egoístas, somos consumidores. Porque damos por sentado lo que tenemos. Siempre tenemos prisa, tenemos prisa por llegar a algún lado, tenemos prisa por comer, por enamorarnos, por tirarlo todo, por destruir. Y de repente, un virus salió de la nada para hacernos darnos cuenta de que la vida no es un sprint. Habíamos olvidado lo que era quedarse en casa, pasar tiempo con nuestros seres queridos, llamar a aquellos que nos importan, leer libros, no tener planes. Nos dimos cuenta de lo pequeños y vulnerables que éramos, nos dimos cuenta de que debemos cuidarnos a nosotros mismos porque estamos conectados con otros siete mil millones de personas. Aplaudimos a los médicos desde nuestros balcones, esos médicos a los que solíamos llamar inútiles la mayor parte del tiempo.
Sin presencia humana en las calles, la naturaleza va recuperando su lugar. El planeta está respirando. A medida que seguimos negando el cambio climático y nuestra responsabilidad, estamos condenados a estar en peligro grave. Este virus, invisible y silencioso, nos mostró cómo tienen efecto todas las cosas que hacemos, y ninguna cantidad de dinero nos protegerá. Tuvimos que adaptarnos de inmediato para vivir en una situación que hubiera sido impensable hace solo unas semanas. Mi gran esperanza es que a medida que salgamos de esta crisis, seremos más conscientes de nuestro lugar en el planeta y de cómo podemos contribuir a su bienestar. Cuando el mundo nos abrirá sus puertas nuevamente, cuando volvamos a ser libres, apreciaremos más las pequeñas cosas, disfrutaremos cada momento como si fuera el último. Nos volveremos a ver para tomar un café, volveremos a bailar, nos levantaremos temprano para preparar las maletas. Nos volveremos a tocar, a abrazar, a besar. Nos tumbaremos en la hierba, nos reiremos juntos, nos enamoraremos. Pero hasta que llegue ese momento, que nos enamoremos primero de nosotros mismos.

Cada día que pasa, nos damos cuenta de que es muy probable que esta situación dure más de lo que nos han dicho o de lo que nos gustaría. Hay muchas emociones que vienen con eso: miedo, ira, inseguridad, desesperación, tristeza ... Veo a personas que se sienten realmente apáticas, les falta motivación y les resulta difícil ponerse en marcha, y hay otras personas que están tratando de ser súper productivos. Muchos se sienten cansados, agotados, no solo físicamente sino también emocionalmente por tener que procesar esta situación todos los días. Yo estoy en el medio. Estoy todavía muy activa pero también muy emocional. Mi rutina diaria no ha cambiado mucho: trabajo desde casa, leo, hago ejercicio, escribo, bailo ... la diferencia es que hago todo eso sola. Me di cuenta de que el confinamiento hizo que la gente pensara que eran chefs, panaderos, instructores de gym ... Como si estuviéramos viendo "El confinamiento tiene talento". Todos están activos en las redes sociales, tratando de mostrar lo bien que lo están pasando, lo positivos que son, cómo debemos salir de esta situación como ganadores, no como perdedores. Durante estos tiempos difíciles, me di cuenta de quién siempre estaba allí para mí, quién me estaba llamando para ver si estaba bien, quién estaba intentando levantarme el ánimo. Pero por mucho que aprecie el esfuerzo, a veces solo necesito estar triste y que me permitan hacerlo. Sin que alguien me motive o juzgue. Extraño a mis amigos, extraño bailar, los paseos sin preocupaciones, los abrazos, el contacto humano. A veces siento que extraño gente que ni siquiera me cae bien. Bueno, sí, no estamos en una guerra civil, pero eso no hace que las cosas sean menos aterradoras o dolorosas. Hay días en que me siento bien. Hay días en que solo quiero llorar. Y eso está bien. Seguramente hay personas cuyo mundo se ha estrellado mucho más rápido que el mío, pero en mi mundo, tengo derecho a llorar todo lo que quiera. Sin que nadie me avergüence de ello.
Muchas personas nunca han sufrido cambios y pérdidas reales antes, y para ellos este momento es bastante estresante. Y no es nuestro lugar juzgar si las personas deberían estar felices o tristes. Que permitamos que los demás manejen la situación como mejor les parezca. Que seamos humanos. Todos son diferentes. Cada uno tiene derecho a sentirse como se siente. Ya sea que signifique tener miedo o estar triste, o no sentirse culpable por disfrutar el tiempo libre. Que no comparemos nuestros días con los de los demás. Que hagamos todo lo posible para hacernos sentir bien en este momento. Date un baño, lee un libro, mira una película favorita, aprende el idioma extranjero que siempre has querido. Cualquier cosa, sin criticar. En este momento no tenemos que lograr nada. Solo necesitamos respirar y entregarse. Que tratemos de hacernos amigos de nosotros mismos. Nos acostumbraremos, nos adaptaremos. Es lo que hacen los humanos.
Siempre he pensado que una de las cosas más difíciles que tienes que aprender es cómo quererte a ti mismo. Y creo que ahora es el momento en que más lo necesitamos. Ser amables con los demás, pero también ser amables con nosotros mismos. Conocernos a nosotros mismos, ser mejores personas, enamorarnos de nosotros mismos, aunque no siempre nos consideremos dignos de amor. Y tal vez, si tenemos suerte, podríamos conocer a alguien especial que nos hará darnos cuenta de que la felicidad se puede encontrar incluso en tiempos de coronavirus ...
Commentaires